Un acercamiento feminista y ambiental, uno –de muchos- procesos
Este es un texto
en una semana de mucho movimiento, hago una pausa para compartir hoy en el Día
del Medio Ambiente como el feminismo me llevó a pensarme también en el plano
ambiental.
Hace años cuando
estudiaba en la prepa inicié un proyecto de reciclar basura, la escuela tenía
áreas de esparcimiento sobre todo los “jardines” llenos de basura que nadie
levantaba, en las horas libres iba por bolsas y empecé a separar. En la
universidad fue otro tema, por otras complicidades algunas personas recordaran
cuando una vez al semestre recibíamos computadoras y objetos electrónicos para
reciclar en el estacionamiento del centro comercial frente a la uni.
Pero entré más
me descubría como feminista, más me pensaba y más de construía para construir.
No se nace
mujer, una se hace así misma y una se hace feminista al andar, luchar y
resistir, en mi proceso que sigue y seguirá poco a poco me fui dando cuenta de
cómo una lucha tocaba otras.
Todas las
personas estamos construidas a partir de los aprendizajes sociales, culturales,
tradiciones, y un largo etc. que forma un muro en nuestra vida, cuando hice un
alto y miré ese muro me di cuenta que no era lo que yo quería, empecé a retirar
bloque por bloque, cada bloque implicaba mover mi vida, mi estructura, al hacerlo
también fue una oportunidad de volver a levantar un nuevo muro.
Me encontré con
que quería y quiero que el feminismo sea la forma en la que vea, sienta, viva,
ame en este mundo y desde el feminismo ser, no desde una idea romántica de
amarnos todas y ya, no, desde pensarme y estar en una continúa crítica a lo establecido
e impuesto. Creo que el feminismo es una acción individual que tiene si o si
acciones en lo colectivo.
Si quería –y quiero-
erradicar la violencia entonces tenía que mirar también la violencia, el
capitalismo y repensarme como una sujeta consumista, pero también en ver como
la violencia de la globalización tiene un efecto mayor en las mujeres.
Cambiar esos
paradigmas desde el yo no ha sido fácil.
Desde el traer
siempre una bolsa de tela, hacer el mandado en el mercado, consumir local, no
usar plásticos de un solo uso, traer el termo o la botella de agua pero también
va más allá.
Primero dejar de
consumir carne, por un tema de salud pero también por un tema de respetar y no
promover prácticas de violencia a otras especies, no fue tan difícil y aunque no
sé si algún día logre dejar el queso –no me juzguen-
Pero erradicar la
violencia también implica erradicar prácticas de consumo que explotan, violentan
y siguen promoviendo la feminización de la pobreza como las maquilas que elaboran
ropa de grandes cadenas, este tema apenas lo estoy aplicando.
Dejar de compra en
las grandes cadenas y apostar por la fabricación responsable, el trueque de
moda, entre otras.
Y finalmente y
algo que me sorprendió que saber de su impacto ambiental la decisión de no
querer tener hijas o hijos, esto desde una postura feminista de decidir sobre
mi cuerpo y desestructurar el estereotipo aún presente que nos dice que para
ser mujer debes ser madre y por ende no ser madre te vuelves una no mujer y el
decidir sobre mi sexualidad no aceptando la imposición de una sexualidad
exclusiva para la reproducción.
El decrecimiento
como decisión de vida tiene que ver con todo lo que anteriormente expuse, si
bien soy una feminista en continua deconstrucción y construcción ese feminismo
me trajo al decrecimiento que espero algún día entender del todo.
El día del medio
ambiente me trae estas reflexiones, hago un alto y observo como soy, como fui, el
feminismo me ha permitido cuestionar que es lo que hago, lo que me gusta para
observarlo –con las gafas moradas-, hacer una crítica y mirar como esas estructuras
–muros- enseñados por años ya no son para mí.
Dice Serge Latouche que la palabra decrecimiento es una palabra bomba o una palabra granada. No es para agradar o proponer sino para hacer rabiar,y por tanto demostrar el ridículo, de quienes creen que el crecimiento poblacional de nuestra especie puede ser infinito en un planeta con recursos finitos. Se plantea, entonces, como un ateísmo, como una no-creencia en un concepto (el crecimiento infinito), que se volvió una especie de religión de las masas en la era neoliberal.
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