Las enseñanzas de las monjas
En el colegio
las monjas me enseñaron a usar la falda por debajo de la rodilla (muy por
debajo), a rezar cuatro veces durante la mañana (al entrar a clases, después de
recreo, el Ave María y al finalizar las clases), me enseñaron que debo
compartir, tener temor de Dios, no interrumpir las pláticas de los adultos, que
las niñas deben ir a clases de baile y los niños practicar deportes, sí, también
incluyeron la misa de los domingos, de cada primero de mes y el respeto ante
todo a la familia.
En las
clases de catequismo la hermana nos decía que “debíamos a amar a todos”, mucho después
entendí que en la vida existen personas diferentes, con diferentes gustos,
ideas y características, pero, no por eso debía de hacerlos menos, me habían
dicho que debía de amar a todos, pero no sabía que el todos excluía.
Las últimas
semanas, en los medios, en las redes, en comidas familiares y hasta pláticas en
el transporte público, ha surgido una confrontación, dos ideas más allá de
creencias religiosas que se ha vuelto el
parteaguas a preguntarnos : qué tan intolerantes somos.
No encuentro
otra forma de llamar a este debate: intolerancia; unas y unos salimos a las
calles a pedir derechos: la unión de personas del mismo sexo, la educación
sexual, la adopción de niñas y niños por familias con padres/madres del mismo
sexo, otros salen a defender: a la familia natural, -poco les falta decir “familia
normal”-, la educación sexual a cargo de los padres, decir que la naturaleza no
se equivoca: papá, mamá e hijos.
En el colegio
recuerdo que todo era niña, niño y ya, cuándo un compañero era delicado o
lloraba, la acción era inmediata: los niños no lloran, es rarito, y cuando una quería
andar corriendo por el patio y no sentarse a platicar de los chismes del día
era: rarita o es muy atrabancada.
Todas y todos
tenemos derecho a salir a manifestarnos, opinar, y saber que nos hace bien y
que no, pero, ¿en algo nos daña que dos personas del mismo sexo se casen?,
cuando el amor es amor y nunca se fija en el formato.
Hace poco unas
mujeres se manifestaron a fuera del congreso a decir que la educación sexual
depende de los padres, ¿y mi derecho a decidir sobre mi cuerpo, a aprender,
informarme y conocerme?, en el tema de educación sexual no podemos dejarlo en
quién se encarga de, debe ser un trabajo en equipo, pero en serio en equipo.
Con las monjas
aprendí que antes de conocer mi cuerpo debía rezar un misterio del rosario y
que mi cuerpo era un instrumento para servir a Dios, sí, aunque lo duden, esa
fue la primer platica que me dieron sobre educación sexual, mucho antes habían
enviado a mis papas una carta cerrada dónde les preguntaban si podían dar esa
clase a sus hijos y tenían que estampar su firma para garantizar el permiso, mi
maestra muy valiente para su época, se llevó una toalla femenina y simulo ponérsela
para que supiéramos qué es y cómo se ponía, la clase transcurrió entre bellas palabras
que disfrazaron: pene, vagina, sexo, coito, penetración, y muchas más.
De las monjas
aprendí que mi sexualidad debía estar oculta, reservada y debía de tener miedo
a eso desconocido, en mi casa mi madre me explico que cada mes saldría sangre
de mí y si no salía es porque estaba embarazada.
Muchos años después
supe de dónde salía esa sangre, a que se debía que quedara embarazada, de dónde
exactamente salían los bebes y supe el proceso del sexo, aunque les parezca
sorprendente pase Ciencias Naturales con 10 en el colegio y nunca supe nada de
eso.
Se dan cuenta porque
es necesario que la escuela desde los maestros y los padres de familia hagan
equipo para explicar la sexualidad, el embarazo y qué es todo aquello
desconocido que llega de repente en los adolescentes. Sí, existe mucha
información, los padres y sus valores deben educar, pero existe una realidad,
muchas mamas y papas no saben cómo explicar, no les explicaron a ellos o
simplemente no quieren, pero también están esos maestros que no les importa la
educación de los alumnos, y contrario a lo que manifestaban esas señoras afuera
de congreso, la educación le corresponde a ambos por lo tanto ni uno ni otro
deben condicionar esa educación.
Las creencias
religiosas no pueden estar por encima de los derechos humanos que deberíamos de
gozar todas y todos sin distinción, los derechos deben ser aplicados a todos
por igual y sin ser condicionados por los grupos mayoritarios que creen que si
y que no es correcto y que quieren imponer su verdad.
Ser gay,
lesbiana, travesti, transgenero, enseñar a tus hijas e hijos, alumnos sobre
sexualidad, tomar tus propias decisiones, no te hace mejor o peor persona,
Las monjas me
enseñaron un mundo diferente al que vivía, dónde todo era cordial si estabas
dentro de su “forma de ver la vida”, pero es una vida intolerante.
Cuando salí
del colegio me topé con una realidad y a lo largo de los años he aprendido a
cambiar esa educación y a seguir siendo la atrabancada que corría con falda por
el patio del colegio aunque las monjas me hubieran enseñado a sentarme
correctamente.
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