La femenina, dilemas del feminismo III


Soy una feminista que le gusta arreglarse, me gusta que cada cierto tiempo me arreglen las uñas, cortar mi cabello y pintarlo. 
Para las fiestas me esmero en mi maquillaje e intento comer sano, practicar deportes, uno que otro deporte extremo, bailar y esas cosas.

Pero muchas veces me he topado con el dilema ser feminista implica ser o no femenina. 
Pero ¿qué es femenino? 


Me enseñaron desde pequeña -y creo a la mayoría- que una niña (mujer) debe ser femenina como sinónimo de bella, arreglada, usar vestidos y esas cosas. No podía salir de casa si no iba bien vestida –con vestido los domingos para ir a misa-, manos lavadas, bien peinada (en ese tiempo mi madre me colocaba enormes moños) y claro cada que una quería correr gritaban “¡no porque te ensucias!” lo que nos obligaba a regresar a sentarnos.
En mi caso eso no sucedió, mis rodillas son la prueba de muchas aventuras. 
Al crecer todo cambia, las etiquetas, comentarios, durante muchos años tuve ese conflicto de ser, ni siquiera me gustaba como me veía.
Ocultaba mi cuerpo porque no me gustaba.
Un cambio radical lo hice hace 12 años, corté mi cabello, en el suelo de la estética quedaron los largos mechones negros ondulados, fue con esa estilista que toda colonia tiene, me conocía desde el kinder y no lo creía.  Lo corte y hasta la fecha me siguen confundiendo con un hombre, me han dicho bato, chico, joven, señor.
En esta búsqueda mi estilo y yo hemos cambiado a lo largo de los años y etapas, no recuerdo considerarme muy femenina. De niña el colegio, falda larga, medias blancas y el cabello perfecto recogido con un moño blanco, a usar negro en todo, a ser una hippie con trenzas y usar colores alegres y lazos de colores. Usé collares, me maquillé los ojos de colores, me preguntan cuándo dejare largo mi cabello, y la sociedad sigue juzgándome porque no soy lo suficientemente femenina.
Lo decía Simone de Beauvoir “la mujer no nace de hace”, entonces en qué momento decidimos que  para ser mujer se debe ser femenina una feminidad que nos exige vernos presentables, lucir  bien para ser aceptada, para asumir nuestro rol de buena mujer.  

En una ocasión en este proceso de construcción me descubrí arreglándome con el pensamiento de “espero gustarle”, me di cuenta de ello y deje de arreglarme, me esmere en ser yo, finalmente esa cita no llego a ben puerto pero fui feliz de ser yo de usar sudadera y tenis en una cita y que no me importe, de no tener que usar tacones y jugar contra la gravedad.


Es momento de pensar en nosotras y en cómo queremos reinterpretar lo femenino.


El reto de reinterpretar lo femenino seguirá siendo un reto mientras no dejemos de encasillar lo femenino como lo rosa, lo delicado y lo “lindo”.

Vamos a  reinterpretar lo femenino


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