Soy, fui, ¿seré?, machista

 

Primer acto: reconocer.

Fui machista.

Durante varios años lo he sido, ahora, me avergüenza, reconocerlo es importante porque me hace al menos, más honesta conmigo.

En muchos espacios he dicho que también yo he sido (seguramente sigo siendo) machista, ahora más que machista creo que como mujer con privilegio ejercí opresión frente a otras mujeres.

Adopté características masculinas de poder para competir con otras, para tener la aprobación y validación de quienes estando en el poder me decían que era la única mujer que aceptaban en su grupo.

Y lo fui, lo fui por varios años y me sentía orgullosa de serlo. A las que llegaban las asustaba, las apartaba, y ejercía en ellas todo el poder que ellos ejercían en mí para demostrar que yo era la aceptada en el grupo.

Reconocimiento era lo que quería, quería lo que ellos tenían, respeto, me negaba a ser vista como la mujercita.

Me recuerdo así, de por sí ya tenían varios años usando el cabello corto, mi vestimenta era lo que podemos dentro del estigma decir masculina, pero mi actitud también, demostrar que no me cansaba, que sus comentarios misóginos me daban igual, que podía beber (alcohol) en las mismas cantidades que ellos, de hecho, llegué hacer chistes misóginos sobre la cerveza light.

Y desde mi privilegio las veía, para mí no había lugar para que una mujer se quejará, tenía todo a mi alcance, ejercía un poder prestado que debía cuidar, buscaba a toda costa ser más como ellos y menos como yo, ¿cuántas veces no hice daño a una mujer por subir?

Me lo creí, cada que un nuevo grupo de mujeres llegaba con la esperanza de poder pertenecer me encargaba del chisme, de la presión, de poner el apodo que denostara que ellas iban a servir y yo era la jefa, una jefa sin poder, pero en ese momento no lo sabía. Y, pese a todo lo que había hecho seguía sin ser del círculo de confianza, ese donde estaban ellos, el primer círculo, me negaba a ser la novia o pareja, debía esforzarme más.

Pero ese poder nunca llego, el poder debía permanecer entre ellos y así fue.

 

Segundo acto: reflexionar-llorar

Años después en diversas actividades volvimos a coincidir, pero la culpa era mía, yo era la envidiosa, la de los celos, la que no sabe trabajar con mujeres, para ellos fue más fácil culparme por no jugar en el juego del poder.

Me lo creí, me creí que la culpable era yo.

Lo que no veía era la opresión, no pensaba que eso era violencia, estaba terminando una carrera universitaria, no era racializada, ni tenía alguna discapacidad, talvez no cumplía con sus parámetros de belleza, y como entendía en ese momento el feminismo era tomar el poder por el poder.

Algunos años después, coincidimos varias personas en la inauguración de un lugar, por whastapp nos escribimos para ver la hora y eso, pero entre los mensajes salió a colación el apodo con el que nombra a algunas de ellas –en ese momento- novias de varios de ellos, me rompí en el coche antes de llegar, me dio un ataque de nervios.

¿Cómo podía en ese momento nombrarme feminista si había causado tanto dolor?, ¿cómo podía decir que trabajaba por los derechos de todas?, de falsa e impostora no me bajaba.

Abracé ese dolor, reconocí los muchos errores y busqué-busco la forma de seguir sanando, en el camino me di cuenta de las reglas impuestas por ellos en el poder y que yo tenía que seguir al pie de la letra para seguir en el juego, ellos no juagaban con esas reglas, pero si nos condicionaban, debes ser la mejor porque eres y serás la única mujer en el equipo.

Intenté desde un mal entendimiento de la sororidad hacer las paces conmigo y con las otras, pero me quedó corta la definición. No buscaba hacer amigas, buscaba poder trabajar, colaborar, coordinar, desde las diferencias para lograr puntos en común.

La sororidad no era lo que me habían venido, no era la amistad eterna, la sororidad es la alianza crítica política para encontrar en las diferencias las similitudes y llegar a construir desde los acuerdos políticos, un poder político que solo entendían –hasta ese momento- desde lo masculino.

Tomar el poder y transformarlo en femenino ha sido uno de los mayores retos de mi trabajo, pero será sin duda la oportunidad de pensarme como mujer con las otras para las otras sin violencia.

Hay días que los recuerdos de esos años me persiguen, aparecen como escenas de película muda, me veo, nos veo.

Seguro hay un tercer acto, seguramente me sigo disculpando a mí misma de todo.

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