Recuerdo cuando me besaron por primera vez, recuerdo cuando me amenazaron. Recuerdos que no quieren ser recordados.

 

Es la primera vez que lo cuento y lo contaré en este espacio.
Pensé que este recuerdo había sido olvidado es más pensé que había sido una pesadilla, una parte de mi lo creía y otra no lo quería.

Pero estaba en el armario.

 


Fue en la secundaria, no recuerdo el año, recuerdo ese uniforme verde, el grupito con el que me juntaba, hablábamos de todo lo que íbamos hacer cuando fuéramos adultos.

Fue mi primero novio, el primero al que besé y el primero que me amenazó.

Ahora de adulta pensaba que estaba mal yo, que tenía miedo de relacionarme, de estar con alguien, había olvidado por mucho tiempo detalles de la secundaria. ¿Qué me había llevado a tener miedo?

Recuerdo la sensación de miedo, recuerdo que le dije que ya no podíamos ser novios –no recuerdo porqué la separación- recuerdo como me dijo que no podía dejarlo, si lo dejaba se iba a quitar la vida, que si lo dejaba moriría, que si lo dejaba me iba a buscar.

Recuerdo que empezaban las vacaciones y pude refugiarme en casa, pero la casa estaba cerca de la secundaria, recuerdo esa sensación, el miedo durante esas semanas, cada que tocaban el timbre yo saltaba de mi lugar para asomarme a la venta y ver que no fuera él.

No sé cómo describirlo, pero me lo imaginaba detrás el barandal café, mirándome detenidamente diciéndome que moriría sin mí, yo no quería volver.

Recuerdo que fue mi primer beso, odié ese primer beso, no hubo mariposas en el estómago, no hubo nada de eso que ponen en las películas de princesas, fue un beso húmedo, rápido, con prisa, tosco. Pero el beso no fue lo único, yo no quería estar ahí, pero tenía el deber de “tener” un novio.

No les cuento esto por que venga con etiqueta de víctima, regresó a mi este recuerdo, este hueco en el estómago se hizo presente, lo más fácil había sido encerrarlos en el armario ¡miedo!
¿Dónde había aprendido a tenerles miedo?

Nos escondemos y escondemos aquello que nos ha causado dolor, los recuerdos, las sensaciones y creemos que si no sentimos no volverá a pasar, pero son esos sentimientos los que se hacen presentes.

Y no lo había dicho, no lo dije a nadie cuando pude, tenía 13 o 14 años cuando esto pasó y lo más sencillo fue callarme el miedo y seguir. Y estuvo bien, estuvo bien para mí porque construí una base sólida desde la que aprendí, pero también aprendí a desconfiar y a tener miedo.

Idealizamos el amor, para la Angie de hace 17 años sabía que tenía que tener novio para que no dijeran “cosas”, tenía que tener novio porque estaba en la edad, tenía que ser aceptada.

Cómo me hubiera gustado poder hablarlo ¿me hubieran creído? ¿Me hubieran dicho que eso era muy romántico?, ¿A la Romeo y Julieta?, “es un amor de adolescencia, solo eso, no es para más”

Que difícil es pasar de la copia, la teoría a la práctica, la Angie de ahora a sus 30 años recuerda esto entre lágrimas, decimos mil y una vez que todas hemos pasado por algún tipo de violencia, pero hasta qué punto esto nos marca, estas historias se quedan pegadas en el estómago y cada que pasa algo nuestra forma de defendernos activa esa sensación guardada en el estómago.

Todas tenemos una historia, nos han enseñado a callar. 

Cuento esto porque desde las letras es como mejor me sé expresar, las palabras salen mientras clavo mi mirada en el teclado, al fondo se escucha una canción que no logro identificar y el corazón se me apachurra.

También busco compartir mis letras para que otras desde las letras recuerden sus historias y sanemos, desde lo individual y colectivo, que abracemos a la adolescente que fuimos y somos. 

¿Cuántas historias como esta no estarán guardadas en el armario?

Recuerdo pocos detalles, años de tenerlos encerrados, siento el hueco en el corazón, recuerdo a la Angie de esos años corriendo a la ventana cada que sonaba el timbre para asegurarse de que no fuera él.

Por años cada que tocaban la puerta mi corazón saltaba, había olvidado a que se debía, pero en otras lo recodaba, llegue hasta a recrear la escena de verlo en la puerta, de decirme una y otra vez que, si no volvía con él, que tenía que volver con él.

Corro a abrazar a la Angie de 13 o 14 años y le digo que todo estará bien, que no pasa nada.

Todo pasará.

Todo estará bien.

Hoy ya no estás sola.

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